De la noche a la mañana, sin avisar
Fue en junio del año pasado cuando Antonio, tras unas consultas médicas por un dolor de cadera y articulaciones, creyendo que era ciática, se le diagnosticó la verdadera causa de sus males, la leucemia. A todos nos cogió, como a él, de sorpresa, y desde entonces hemos estado con su ausencia. La medicina y él han luchado por la vida, últimamente gozoso porque ya tenía células extraídas para el autotrasplante, pero ayer nos llegaba la noticia fulminante, primero de que estaba en UCI por una neumonía y sus bajas defensas, y poco después la comunicación de su muerte. Antonio ya no está entre nosotros, uno de nuestros conserjes ha muerto.
Huella de silencio
Durante estos meses he pensado más de una vez en él, al pasar por la conserjería, al ver a las señoras de la limpieza desayunando, al hablar con Samu y sus compañeras. Lo he recordado en oraciones y en el altar. Él era un hombre inquieto, casi hiperactivo diría yo, pero bien conducido todo a hacer la vida más fácil, humana y agradable. En su historia cuenta que fue vigilante de plantilla en la universidad, después de mantenimiento en nuestra facultad y ahora de conserje, pero siempre válido y activo, disponible. Su ausencia se dejaba notar, aunque todo seguía funcionando. Aunque él no estuviera, cómo funciona la realidad institucional, aunque no estemos cualquiera de nosotros, sea rector o alumno. No podía dejar de recordar esa corriente filosófica tan expresiva del estructuralismo cuando nos habla de lo concreto de lo humano como la huella en la arena de la playa, que solo perdura hasta que la ola la finaliza con el olvido. Aquello de que sigue la humanidad, la estructura, y van cayendo los sujetos personales y concretos.
Ya no estás y todo sigue
Ayer estuve todo el día con el pensamiento queriendo sacar de mi sentimiento de tristeza algo de vida, luz en su muerte. Volvía a la facultad por la tarde, casi en la noche, y pasé por la escalera semioscura, por los pasillos vacíos, entré en mi despacho y estuve en el silencio, evocando tu muerte, para acariciar tu vida. En la entrada miré la cafetería donde desayunabas con tus compañeras, como si de un ritual se tratara con alegría y buen sentir, pasé por las puertas que se abrían y cerraban de las que tú eras cuidadoso, las luces que tu vigilabas para renovarlas, el espacio donde entrabas y salías constantemente en la conserjería, siendo rostro de la facultad para todos, los de dentro y los de fuera, vi los cuadros de mi despacho colocados por ti… y el silencio que pregonaba que ya no estabas, y que no estaríamos más adelante otros, aunque la realidad siguiera como si no hubiera ocurrido nada.
Tú, yo , él…somos únicos, como nuestro Dios.
Y en la escucha de tu silencio, comencé a valorar el momento, la riqueza de un día, el tesoro de una mirada, la experiencia de ser hijo, hermano, padre, pareja, trabajador, la complejidad de lo pequeño y lo sencillo, y así entré en tu definición, desde mi mirada torpe y deseosa de haber sido más cercana, más familiar y más amiga: hombre bueno, sencillo, natural, sentido, disponible, activo, facilitador, sin más pretensión que ser y vivir, siendo él y con los otros. Y bendije a Dios por tu persona, por tu vida, por tu presencia, y por el valor de tu ausencia. Entendía que el pararme yo y adentrarme en mi interior porque tú habías muerto, se rebelaba contra el estructuralismo, y así me enfrentaba a la ola que hablaba de tu desaparición como una victoria. Me uní a tu madre, a tus hermanos, a tus hijas, a tus compañeros, amigos…hasta tu peña del Atleti… y me dije la humanidad es humanidad por millones de Antonio, Juan, María, Carmen…interminable. No se come la humanidad a nadie, sino que en cada uno se dice y se afirma como única. Así es, tú has sido único y eso será para siempre.
Hoy en el altar y en los hombros de tus amigos
Así lo rezaba estaba mañana en el altar, en medio de tu pueblo y de tu gente, no veía allí una humanidad desfigurada y sin rostro, allí estábamos todos aquellos para los que tu nombre tiene algo único y singular, sea lo que sea, estábamos los tuyos, dando testimonio de que la vida, aunque rota, ha merecido la pena. Te puse en el pan del altar y en el vino de la Eucaristía y di gracias a Dios por ti y todo lo que has vivido, lo que has sido para los demás y los demás para ti, lo que has gozado y sufrido, que no todo ha sido fácil para ti. Y allí creí, por mi fe agraciada, que te unías no al olvido, sino al corazón del Dios padre, en la humanidad resucitada de Jesús de Nazaret y junto a su madre gloriosa. A ese Cristo, y su madre, al que simbólicamente tú has portado muchas veces, como los costaleros de tu pueblo hoy han querido portarte a ti. Seguro que en la gloria seguirás actuando en favor nuestro.
Hasta pronto Antonio, la facultad nos sigue hablando de ti y nos sabe a vida tu historia y tu persona. Tú eres más que la estructura. Gracias.