Después de estos días en Barcelona, la reconozco como una de las capitales del Mundo.
Salir de la ciudad me costó lo suyo. Una vez llegué a un área de servicio, encontré un camión que me llevo asta un pueblecito de Francia. El camionero era un rumano ultra religioso ortodoxo que no paraba de decir sandeces. No era mala gente, creo que pasaba demasiado tiempo fuera de su casa y no veía mucho a sus hijos y su mujer. Me contó que los quería mucho. Yo le conté que conocía la Celebracion ortodoxa y que me llamó la atención su cadencia oriental.
Lo primero que hice en el pueblo al que me llevó, fue tomarme una caña bien fría con unos chavales con los que contacté en el camino. Me enseñaron el casco antiguo y hablando con ellos percibí el actual conflicto que existía contra la comunidad musulmana y gitana que allí habitaba.
Mas tardé me dirigí hacia la casa de la persona que me dejó dormir en una de sus camas. Encontré a una joven madre con la que disfruté de la cocina local y el famoso vino de la provincia. Su niño era un pillo que no paraba de enseñarme todas las cosas de su casa. El estaba muy contento por mi visita y yo feliz por aquella situación. Me contó que uno de sus gatos había sido atropellado hace pocas semanas.
Después de cenar el canijo se acostó y nosotros fuimos a bailar a unas clases de danza. Si en Barcelona flipé por lo que conocí, lo que me deparó aquella clase fue aun mejor. Otra grata sorpresa con la que todos terminamos a besos y abrazos. Sabía que un pueblecito de Francia, no me dejaría mal sabor de boca.
Después de esta clase volvimos a encender su confortable chimenea y charlamos de muchas cosas. Me contó que lo estaba dejando ya que había pasado una juventud muy intensa y me habló también de los problemas con su niño en la escuela. Decían que era inquieto y querían medicarlo como hiperactivo… Tenía ocho años y hablaba casi tres lenguas. Cuando vuelva de este viaje espero volver a ver a esta madre y su hijo de tan buen fondo. Como no se ande con ojo lo van a volver un pieza.
A la mañana siguiente partí rumbo a Marsella. En la primera parte del viaje me paró un señor que trabajaba como vendedor. Hablando con el entendí que también estaba muy preocupado por la actual situación con los musulmanes. Creo que unas elecciones políticas y la recesión económica lo complican todo. Conocí a muchos franceses en mi vida que eran gente abierta y de buen corazón. Pero siete millones de musulmanes reclamando derechos religiosos parece que tensan la relacióń con los locales.
La segunda parte la hice en el coche mas lujoso en el que jamás me monté, el mercedes de un musulmán francés. Que digan lo que quieran de los moros, pero a mi después de los austriacos, me parece la gente mas exquisita del mundo, a pesar de las muchas diferencias culturales con las que no estoy de acuerdo.